En la esquina de Boyacá con Junín, se encuentra una estructura de mármol con cuadrículas de ventanas que evoca un sentimiento de nostalgia, un recuerdo de lo que fue alguna vez la ciudad textil de Colombia. Es curioso como una construcción humana puede ser a su vez una máquina del tiempo. “Mire, en esas vitrinas se exponía lo que estaba de moda”, me comenta mi compañera mientras señala unos vidrios sucios y desgastados en la entrada del edificio.
Por unos segundos puedo imaginar a los señores de la élite saliendo de misa, subiendo por la calle real a observar las últimas prendas, con sus estilizados trajes, sombreros y tabacos. A sus costados, las damas sostenidas de gancho con medias veladas y entaconadas. Un espacio que pulula historias y recuerdos. Vendedores de películas porno, libros e insecticidas son quienes ocupan hoy las viejas aceras de Fabricato.
Desaparece el olor a café utópico y se manifiesta una mezcla de rincón, meados y veneno para plagas en compañía de pregones.
Una publicidad criolla personalizada, ese matiz judío que encarna al comerciante paisa, “¿qué buscaba mami?” “Reina, ¿con qué le colaboro?” “Bien pueda mire mami”. Al parecer, el complejo de Edipo se concentra en una parte de la población.
El pequeño callejón de los olores es un tesoro. Sombrillas de vistosos colores le dan a la calle un toque alegre pero a su vez caótico.
-¿De dónde habrán salido los envases de esos perfumes?- Me pregunto al notar las colecciones a la venta de fragancias en sus respectivos botes, CH, Dolce & Gabbana, Boss, etc. Un mareo y jaqueca terminó causándome el amasijo de aromas.
Los ojos, los oídos y la nariz se agudizan. A la par, los ojos se concentra en la variedad de películas porno y cd’s piratas, un choque sonoro de los pregoneros es acompañado por la electrónica noventera de los nuevos monopolios, los ‘Todo a 5000’ unos locales con una composición de colores exasperantes. El sentido más confundido es el olfato, cada metro cuadrado del callejón tiene olores diferentes. Bananos, manzanas, papayas, aguacates, perfumes, veneno, ambientadores, pan, pollo, pescado, húmeda, libros y meados, el último, es un olor característico del centro de la ciudad.
Al tomar un atajo por la calle real, al costado izquierdo de la iglesia de la candelaria, puede encontrarse una pequeña cuadra con cubículos de relojes. Al igual que el edificio Fabricato, este espacio conserva una esencia bohemia y antaña. La calle real se inunda en el ayer y el ahora, aunque lo único que le quede de real sean los moteles con ventanas empañadas. “Ese es el motel de los putos” me dice mi compañera desde una esquina de las relojerías. ¿Los putos? No sé si es la palabra o el hecho de quiénes ejercen el empleo que causa gracia e impresión, el trabajo más antiguo del planeta no discrimina el género, al menos en la práctica.
Resulta complicado hablar de un producto, local o personaje específico de este callejón, todos tienen una personalidad, es un San Alejito permanente.
Tal parece que la literatura juvenil y las recetas de cocina son las protagonistas de la lectura paisa. Unas señoras se acercan a preguntar el precio de un ejemplar llamado “¡Buenos días, princesa!” quizás sea para sus hijas, o tal vez sean unas adolescentes literarias, de las mismas que leen Cincuenta sombras de Grey y desprecian a sus maridos por no ser millonarios pervertidos. Entre gustos no hay disgustos como dice mi abuela, pero los gustos definen profundamente el inconsciente de los sujetos, son una acción irracional y desmesurada.
Terminando el corto recorrido (corto en cuanto a pasos) el cual, sin los productos y las chazas puede cruzarse en menos de dos minutos. Lo que hace a esta calle mágica e intrigante es la diversidad de su gente y artículos, la cual puede ser recorrida por un par de horas observando su majestuosidad.
Dentro de la iglesia puede sentirse un gélido intenso y apacible, quizás a esto se refieren cuando hablan de la maravillosa gracia de Dios.
Un ambiente godo y sacerdotal en contraste con el sol vigoroso y las inquietas voces del callejón real. La voz en eco del sacerdote, los velones, las estatuas, las pinturas, el color dorado y blanco, los feligreses en silencio crean una atmósfera plena, perfecta para refrescarse y continuar con la aventura citadina.
Chasqueé, ojeé y empate


